Mi querido Niño Rana,
Recuerdo claramente nuestro primer día de campamento, ver tu cabello desordenado y una sonrisa brillante cuando me saludaste con un abrazo al saber que era tu consejera. Aunque no se nos permitía tener favoritismos, rápidamente te robaste un lugar en mi corazón como mi campista favorito debido a tu personalidad contagiosa e ingeniosa. Para el tercer día, creo que aproximadamente un tercio de la población de ranas del campamento estaba metida en tu “hábitat de ranas”: una botella de dos litros con pasto y agua. Aunque algunos consideraron que era un ambiente inadecuado para las ranas, no pude evitar defenderte cuando buscaste febrilmente hormigas para alimentarlas y sonreí de oreja a oreja cuando cumpliste con tu cuota de 75 ranas en una botella. Lo siento, me enojé contigo la noche en que dejaste la dejaste sin tapar y al levantarte la cuota se había reducido a apenas 24 ranas. No estoy segura de haberte dicho cuánto apoyo me brindaste cuando los otros niños se mareaban, o lo dulce que fuiste cuando te levantaste la camisa para mostrar a otros niños pequeños tu cicatriz cuando escuchaste que estaban avergonzados de las suyas, o cuánto aprecié que me protegieras de los adolescentes enloquecidos durante las guerras con agua. Fuiste más que merecedor del “Premio al Mejor Campista” y la foto tuya besando el pez gato que atrapaste todavía cuelga de mi refrigerador.
Recuerdo claramente ese diciembre cuando me informaron que un niño de ocho años ingresaba en mi hospital con insuficiencia cardíaca, y recuerdo más claramente el sentimiento de hundimiento que tuve cuando me di cuenta de que eras tú. A lo largo de los dos meses que estuviste esperando en el hospital en la lista de trasplantes de corazón, tocaste la vida de todas las personas con las que te encontraste y dejaste tu huella en mi corazón. Solía decirle a tu papá que no se me permitía tener un paciente favorito. Pero como ya eras mi campista favorito todas las reglas se invalidaron e inmediatamente te convertiste en mi paciente favorito, uno al que esperaba ver todos los días. Nunca olvidaré el día en que supiste que podías montarte en tu poste intravenoso, o cómo solías comer jabón en la ducha porque decías que era lo mismo que lavarte los dientes, o cómo te negabas a comer todo el día hasta que te llevaba camarones sin concha hechos en casa, o cómo querías dormir en la noche con una manta caliente y que fui la única a la que le permitiste besarte en la frente porque era la “mejor de tus amigas”. No hay un niño más merecedor del trofeo del Niño Más Valiente de la Unidad que recibiste en la celebración de tu cumpleaños en el hospital y cada mes de febrero recordaré cómo te aseguraste de que todas las enfermeras tuvieran un pedazo de pastel antes comer el tuyo.
Siendo egoísta, quisiera tener otra oportunidad de llevarte en tu poste intravenoso a la tienda de regalos. Quisiera otra oportunidad de jugar Xbox contigo aunque no tenía idea de lo que estaba haciendo. Quisiera otra oportunidad para hacer “los colores más geniales del mundo” contigo mezclando play-doh, y quiero buscar en Google la palabra más larga, el pez más grande, el hombre más alto, como siempre quisiste que hiciera. Quisiera otra oportunidad para planear juntos nuestra ruta de escape mirando por la ventana y calculando qué tan alto deberíamos saltar para alcanzar ese árbol en el jardín. Fuiste el niño más carismático, encantador, precioso, desinteresado, cariñoso y amoroso que he conocido, y fuiste muy sabio por encima de tus años.
Lo siento, nunca te dije que te amaba, pero espero que lo hayas sentido. Aunque prometí nunca volver a unirme tanto a un paciente tanto como contigo, te agradezco que me hayas ayudado a dar cuenta de que preferiría amar a un paciente como tú y perderte antes que nunca haber amado. Te agradezco por haber sido como eras. Espero que corras lo más rápido que puedas sin preocuparte por tu poste intravenoso y tu línea “rosa”, que atrapes muchas ranas y aprendas a deletrear la palabra más larga en el cielo, mi querido y dulce niño.
Tu “Ma-Cole”