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Hay algo que me saca de quicio.
No sé vosotros pero yo odio los zapatos que rechinan. Hace poco me gasté más de cien dólares en unos zapatos de enfermera y su mejor cualidad (aparte de atarse con cordones y hacer que mis pies parezcan los de un dibujo animado) es que son totalmente silenciosos cuando camino. La única cosa con la que estoy de acuerdo con Florence Nightingale es la necesidad de llevar ropa (¡no a la crinolina ruidosa, chicas!) y zapatos silenciosos.
Y trabajo con una persona cuyos zapatos rechinan muchísimo. Sea cual sea el zapato que lleve, rechina. Puedes oírla saliendo del ascensor. De hecho, si estás en el lugar adecuado puedes oír como sale del ascensor dos plantas más abajo. Lo odio. Por eso, le he escrito esta cancioncita:
Una oda a los zapatos que rechinan (al ritmo de “Greensleeves”)
Oigo como tus zapatos se acercan por el pasillo
Rechinando de puerta en puerta y de pared en pared
El ruido se mete en mi cabeza
Y amenaza con volverme loca
CORO:
¡Oh, zapatos que rechináis! No estáis nunca callados
Zapatos que rechináis, ¿alguna vez vais a callaros?
Zapatos que rechináis, estáis poniéndome de mal humor
Y hacéis que mis pacientes enfermos se pongan peor
Si Flossie Nightingale hubiera oído tus zapatos,
Hubiera ido de bar en bar y de trago en trago
Para ahogar el ruido que hacen tus zapatos
Indicando cada vez que te paras y cada vuelta que das.
(Repetir coro)
Supongo que hay una cosa que me sirve de consuelo:
Cuando oigo tus zapatos puedo irme del lugar
Si no me avisaran, es verdad,
¡Pasaría demasiado tiempo contigo en la planta!
Zapatos que rechináis, me diréis donde está
Mi compañera, ¡para no estar allí!
Zapatos que rechináis no dejéis de hacerlo
¡Para ir a ver a mis pacientes donde ella no está!