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Esos incómodos uniformes con falda, ese equipamiento tan difícil de manejar, la falta de antibióticos… ¡¿¡Te lo imaginas!?!
Aquí tienes el por qué le doy las gracias a mi buena estrella por ser una enfermera hoy en día y no en otro momento de la historia.
1. Zuecos y zapatillas y uniformes, ¡madre mía!
¿Recuerdas esa fotografía de la enfermera besada por el chico de las fuerzas navales en la celebración del día de San Valentín por allá 1940? ¿Te fijaste en lo que llevaba en los pies? Tacones. Tacones blancos. Subiendo hacia arriba, llevaba medias blancas (que no eran pantis, no en esos tiempos – esas cosas se sujetaban con ligas), un uniforme con falda y una gorra. Seguramente también llevaba una faja. Intentar evitar que la faja se escurriera y las costuras estuvieran rectas debía ser un trabajo a jornada completa.
2. Bolsas intravenosas de plástico
¿Has intentado alguna vez colgar una botella intravenosa de cristal? Apesta. Con todas esas burbujas y aparatos que tienes que abrir haciendo palanca, y la máquina que en algún momento no deja de sonar. Las cosas eran peores en la Segunda Guerra Mundial, cuando las bombas hacían caer las botellas y se rompían, y los tubos intravenosos estaban hechos frecuentemente con caucho. Uf. (Mejor no me pongo a hablar de lo bonito que es no tener que calcular la velocidad del goteo a base de contar las gotas.)
3. Además, hurra por las cánulas intravenosas de plástico
Tengo un libro de los años 30 sobre el tratamiento de la sífilis, anterior a la invención de los antibióticos. En ese libro hay un largo capítulo sobre qué hacer si la aguja de la infusión que estás utilizando se rompe en el cuerpo del paciente. Las agujas en esos tiempos no venían con cánulas flexibles, eran de metal. Y los compuestos de arsénico utilizado para tratar la sífilis eran cáusticos.
4. Ya que estamos en ello, vamos a hablar de los antibióticos
Sí, sí, sé todo lo que hay que saber sobre infecciones resistentes a los antibióticos. Son un problema. Sin embargo, no son tanto problema como que tu aguja de infusión de metal se rompa en el canal medular de alguien, porque esa es la única manera de hacer llegar el tratamiento para la neurosifilis directamente al origen. Ahora tenemos antibióticos que cruzan la barrera entre la sangre y el sistema nervioso y todo el mundo es mucho más feliz.
5. Jabón y agua y maquinillas de afeitar
¿Recuerdas a Ignaz Semmelweis? Era un tipo que por allá en el año 1840 les contó a los doctores que tenían que lavarse las manos. Evidentemente, todo el mundo creyó que estaba loco (y de hecho acabó muriendo de septicemia, irónicamente, en un psiquiátrico), porque en esos tiempos, la sangre y el pus en la bata del médico eran como medallas de honor. Las barbas hacían de mascarilla quirúrgica permanentemente colocada.
Este año, cuando os reunáis alrededor de la mesa en la sala de descanso con vuestros sándwiches de pavo, da las gracias por todas esas personas que hicieron posible la atención sanitaria moderna. No tienes que nombrar las asquerosas levitas si no quieres.