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Cuando pienso en la historia de mis uniformes, me digo a mi misma, “Oh Dios, Oh Dios, Oh Dios, Diosito, Diosito.” Después voy y me tomo un trago de buen whisky. Porque mis tragedias pasadas con el uniforme fueron inusualmente trágicas.
Un año, mi hermana encargó que me hicieran unas cuantas chaquetas de uniforme. Todas eran fantásticas, menos una. Había una chaqueta con sushi sobre un fondo blanco. Una con chicas de los años 40 vestidas de pesca. También había una chaqueta con pizza.
Grandes trozos de pizza. Con pepperoni. Y queso. Fundido. Y esta es la que no era tan fantástica.
Me ponía mala solo de verla y eso que no estaba enferma.
Afortunadamente, nunca la llevé al trabajo. No quiero ni pensar la cantidad de Zofran que me hubiera tenido que tomar.
Pero si que llevé la primera generación de pantalones de uniforme de tiro bajo con piernas acampanadas y cordón ajustable en la cintura. Y, tal y como era de esperar, se me cayeron. Delante de una manada de residentes, al cuidado del presidente del departamento de cirugía, a los que se les estaba dando el tour por nuestras instalaciones de última generación.
También llevé lo que yo pensaba era una favorecedora chaqueta caqui, hecha cuidadosamente a medida para no parecer un portaaviones, y unos pantalones de uniforme negros (con piernas acampanadas y cordón ajustable en la cintura). No fue hasta después de haberla llevado unas cinco o seis veces que alguien señaló que yo no podía llevar caqui porque yo era caqui. Parecía que necesitaba un nuevo hígado, de inmediato.
Y también he llevado blancos. Lo he hecho a propósito, por elección… aunque nunca los he llevado como mi amigo John el día de San Valentín, con unos calzoncillos bóxer negros con corazones rojos debajo.
Yendo 30 años atrás (Dios, Dios, ¿soy tan mayor? Sí, lo soy) a mi compañera de piso, que también era estudiante de enfermería: su uniforme de prácticas era un vestido blanco con una fada por debajo de la rodilla y abotonada al frente, un delantal de color azul claro y un gorro blanco.
Hay que tener en cuenta que nuestra universidad estaba chapada a la antigua y en la parte conservadora del país. Me acuerdo de haber sentido lástima por ella cuando los domingos por la noche le sacaba brillo a sus zapatos preparándose para las prácticas.
Poco sabía yo que tiempo después acabaría llevando una chaqueta de uniforme con broches frontales, escote corazón y mangas abullonadas. Pero solo lo llevé una vez.
Los broches frontales y los ancianos dementes no pegan juntos.
¿Qué trágico uniforme has llevado?