Thursday, October 10, 2024
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En Reconocimiento A Las Enfermeras: Aprendiendo De La Rodilla (Y El Corazón y La Mente) De Bobbie

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En Reconocimiento A Las Enfermeras: Aprendiendo De La Rodilla (Y El Corazón y La Mente) De Bobbie

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Durante cuatro muy largos años — desde marzo de 2001, cuando nació mi primera hija hasta septiembre de 2005 cuando se curó — ella, su padre, su hermano y yo pasamos largos lapsos de tiempo en el hospital.

Estuvimos residiendo en el hospital porque nuestra hija nació enferma con una enfermedad de la sangre que requiere transfusiones constantes y posteriormente tuvo un trasplante de médula ósea curativo. Pasar horas y días y meses dentro de la vida médica significa, sobre todo, hacer amistad con las enfermeras. Las enfermeras son la primera línea y el flanco lateral; el manantial de defensa y compañerismo y comodidad que fluye entre el principio y el final. Docenas de enfermeras nos acompañaron a través de tiempos vertiginosamente duros. Una enfermera, en particular, nos acompañó uno a uno dentro — y fuera — de la depresión más profunda y aterradora en la que habíamos estado hasta entonces.

Bobbie Caraher fue la enfermera “primaria” que nos asignaron durante el trasplante de Gracie en el Duke Medical Center. Bobbie nos enseñó, me enseñó, más de lo que puede anotarse en cualquier lista. Ella ingresó a nuestra habitación en Durham, Carolina del Norte tras 12 años de enfermería para el Comité Internacional de Rescate, en lugares como Tailandia, Sudán y Bosnia. Lo que ella nos enseñó, con su ejemplo y por ser completa y auténticamente ella misma incluso en su puesto de trabajo, es más de lo que puede definirse en palabras de cualquier forma. Pero con el propósito de tratar de hacer lo imposible — que es la manera de Bobbie — aquí están algunas de las cosas que aprendimos a su lado.

Sé una Guerrera-Bibliotecaria

La primera vez que la vimos, Bobbie — nuestra enfermera primaria en el hospital de Durham, donde nuestra hija Gracie iba a someterse a un trasplante de médula ósea — nos tranquilizó casi inmediatamente con una actitud de yo-puedo-hacerlo con un encantador acento sureño. Ella usaba lentes de ojo de gato y un peinado bob con flequillo despuntado, el equivalente en peinados a arremangarse las mangas. Era casi militarmente eficiente en la forma en que se dedicó a desinfectar todos los instrumentos médicos necesarios para tratar a Gracie, pero su potente aire se suavizó por el hecho de que realizó esta tarea con una chaqueta tejida rosa con botones de perlas.

Cuando salió de nuestra habitación después de conocernos el primer día, me volví hacia mi esposo y le dije: “Ella es de las que deben meterse en una pelea callejera. ¡Las guerreras-bibliotecarias son las más violentas!” Y no me equivoqué. Bobbie vino a rescatarnos una y otra vez con una constante (¡casi cortés!) serenidad, bajo de la cual fluía la voluntad de patear en las pelotas a todo el que necesitara que le patearan las pelotas. Energía en un suéter rosa, con la que no debes meterte. Una gran parte de su magia estaba en la habilidad de decirte, en el tono más agradable posible, cuando estabas completamente equivocado. Oponérsele era inútil, gracias a Dios.

Convierte a Tus Enemigos Inanimados en Amigos

Poco después de conocerla, Bobbie llevó un largo poste intravenoso a la habitación de Gracie. “Okey-doke, Gracie, es hora de engancharte”. La vía contenía varias bombas programadas para dispensar medicamentos durante todo el día. Cada medicamento fluía a través de un tubo que se conectaba a uno de los tres catéteres centrales de Gracie. Bobbie los conectó, medicamento por medicamento, línea por línea. Cuando conectó cada tubo a su catéter correspondiente, ella presentaba a los dos extremos el uno al otro, “Sr. Rojo, conozca al Sr. Blanco. Ustedes dos van a ser buenos amigos, solo lo sé”. Y luego ella unía los lados. Gracie se reía de esta pequeña representación, cada vez, y le preguntó si ella también podía unirlos. Cuando Bobbie hubo terminado, Gracie y su vía intravenosa estaban conectadas, inseparables, una necesidad que no parecía tan terrible, incómoda o limitante como lo había hecho unos minutos antes.

Y esta era la manera de Bobbie; convertir necesidades desagradables en un juego o en una obra protagonizada por Gracie como casamentera, un oso de circo o la presidenta de un país inventado. Por razones que nunca compartió, Gracie más tarde bautizó a la vía intravenosa como “Chico Rudo”, se convirtió en su leal compañero, su hombre resistente, su protector. Bobbie le había enseñado a Gracie cómo humanizar (¡incluso colonizar!) las máquinas invasivas de trasplante, cómo hacer que cada una de ellas se convirtiera en un jugador en su equipo.

Celebra las Cosas Donde Sea y Siempre Que Puedas: ¡Choca la Copa de Champán de Plástico!

Los primeros días del largo proceso de trasplante de Gracie fueron durante las vacaciones. En la víspera de Año Nuevo, Bobbie llegó de guardia a las 8 p.m. para el turno de noche. Fue como si ella tomara el turno difícil que nadie más quería. Llegó con un burbujeante jugo de manzana y tres copas de champán de plástico; a la medianoche, las tres brindamos la una con la otra. Esta pequeña habitación de hospital no era donde Gracie, Bobbie o yo esperábamos estar en Año Nuevo. Y, excepto por Gracie, estábamos separadas de nuestros seres más queridos. Pero la alegría de vivir de Bobbie, su sentido de celebración incluso en las circunstancias más sombrías, su insistencia en que a la medianoche precisamente no solo derramáramos el jugo sino que chocáramos el borde de las copas y brindáramos al unísono, fue renovadora. Nos recordó la verdad obvia y más fácilmente oculta de todas: la vida continúa. Incluso cuando estás asustado o herido o algo aprisionado, hay ocasiones para marcar, pequeñas felicidades en la mano. No siempre podíamos encontrarlas nosotros mismos, pero podíamos reconocerlos cuando Bobbie nos entregaba el momento, envuelto de regalo.

Saber Cuándo Presionar

Aunque tomó un tiempo extrañamente largo, cuando la quimioterapia finalmente golpeó el sistema de Gracie, sintió dolor. Mucho dolor. Cuando Bobbie vio lo mal que habían salido las cosas, me invitó a conversar en el pasillo. Sabía que era hora de administrar morfina, a lo que me estaba oponiendo. Tenía miedo de aceptar que Gracie tenía un dolor tan fuerte que solo los opiáceos podían calmárselo. Y de forma más insistente, más razonable, otros padres me habían advertido sobre las muchas complicaciones y efectos secundarios de la morfina. Después de la morfina, tenía miedo, un niño podría ser reparado pero nunca reconstruido. Le dije a Bobbie la verdad — que Gracie insistía, cada vez que preguntaba, en que no sentía dolor, incluso mientras se retorcía entre sus sábanas.

Tanto Bobbie como yo sabíamos que Gracie estaba implicada en el pensamiento mágico. O bien intentaba ser súper humanamente indiferente, o lo más probable, esperaba que negar el dolor lo hiciera desaparecer. Pero Bobbie sabía cómo era el sufrimiento: había visto personas sufrir en al menos tres continentes. Ella no conspiraría con mi negativa, ni con la de Gracie.

“Escucha, solo inténtalo”, dijo Bobbie. “Si reacciona bien, entonces sabrás que hiciste lo correcto”. Mientras esperaba mi respuesta, me sostuvo la mirada y mantuvo la cabeza y el cuerpo inmóviles.

Luego de que accedí y Bobbie hizo su magia una vez más, Gracie durmió. Un verdadero sueño profundo. Ella no hizo un sonido o movimiento durante cinco horas completas. Cuando se despertó, no solo estaba fresca sino un poco renovada. Hizo que el pie y la cabecera de su cama quedaran hacia arriba, para hacer un pequeño valle en el medio. Trepó y se lanzó hacia abajo, una y otra vez.

Cuando Bobbie entró al día siguiente, Gracie se deslizó desde la cabecera de la cama hacia el valle y dijo: “¡Bobbie, mira lo que hice!” Bobbie aplaudió con asombro y me miró con regodeo, sin un gramo de te lo dije.

Lleva Todo Tu Ser a Tu Trabajo, Incluso o Especialmente, para las Cosas Pequeñas

Eventualmente, pudimos ver quién era Bobbie fuera del hospital —supimos que trabajaba con refugiados en todo el mundo, que estaba casada con un médico irlandés, que tenían cuatro hijos juntos. Descubrimos que ella era alguien que no cedía terreno cuando debía mantenerlo. Nos enteramos que su hijo mayor era un músico talentoso y el más joven un comediante natural. La primera, terrible vez que murió un niño en nuestra sala de trasplantes le pregunté a Bobbie si ella lo había conocido y ella asintió y sus ojos se humedecieron. Muchas de las enfermeras respondieron a la pérdida con una firmeza comprensible. Bobbie, por el contrario, transformó su dolor en un depósito de cuidado. Me dio la sensación de que, incluso cuando estaba en casa, cuidando a sus cuatro hijos, pensaba en sus pacientes.

De vez en cuando, llamaba al pabellón en sus días libres para ver cómo estaba Gracie, cómo estaban los otros niños. En lugar de estar acostumbrada al sufrimiento de los niños bajo su cuidado, ella estaba completamente entregada. Para ellos. Con ellos. En cada contacto rutinario, aplicó toda su habilidad, toda su experiencia, todo su corazón. Ya sea que estuviera cambiando un vendaje o valorando una dosis de medicamento para el dolor, ella daba a esa acción toda su atención. Me hizo preguntarme cómo sería nuestro mundo si todos abordaran su trabajo de esta forma. Me hizo querer hacer las cosas mejor, estar mejor y más presente en todas las pequeñas acciones de mi propia vida. Sobre todo, me hizo admirar a Bobbie de una manera que durará toda la vida.

Presentarse y Cuidar (Entonces cuidar un poco más)

Cuarenta y cuatro días después de ser admitidos, nos dijeron que Gracie podría dejar la unidad de trasplantes e irse a casa. El día del alta, lo primero que dijo fue: “¿Va a estar Bobbie en mi despedida?”

Comprendí su deseo de tener a Bobbie allí; dejar a Bobbie fue lo único horrible de dejar el hospital. Bobbie la mantuvo a salvo. Bobbie sabía cómo manejar las cosas. Bobbie tenía burbujas, jugo y formas secretas de detener el dolor.

Cuando Bobbie llegó con su aire de travesura, sus lentes de ojo de gato, su calma, su humor, me pregunté cómo rayos podríamos seguir recuperándonos sin ella.

“De acuerdo, chica Gracie, prepárate para despedirte de Chico Rudo”, dijo Bobbie.

Gracie nos dio una sonrisa, “Bobbie vino”.

“Por supuesto que vine”, dijo Bobbie. “¡Tengo que asegurarme de que no trates de robar mis máquinas!”

“Gracie, esta va a ser la última vez que te desenganche de Chico Rudo. Después de esto, estarás desatada por siempre. ¿Estás lista?”

Gracie asintió solemnemente.

Bobbie desenroscó la intravenosa de plástico que iba desde Chico Rudo al catéter de Gracie. Frotó los tapones del catéter con alcohol, enjuagó las vías con solución salina y heparina y las volvió a tapar.

Gracie miró a Bobbie. “Buen trabajo”, dijo, y esta frase parecía abarcar todo lo que Bobbie había hecho por ella en los últimos 43 días. El chicle que hizo aparecer de la nada, el burbujeante jugo de manzana y las copas de champán de plástico en la víspera de Año Nuevo, el gotero de morfina con su mágico botón rojo, las suaves luces de corazones alrededor de la habitación de Gracie, cuando Gracie se volvió sensible a la luz. Bobbie, madre de cuatro hijos, hizo que Gracie se sientiera como la persona joven más importante en su vida.

Bobbie llevó a Chico Rudo, ahora un operador independiente, a la puerta. Antes de empujarlo hacia afuera, hizo una pausa y preguntó, “Gracie, ¿tienes alguna última palabra para tu amigo?”

Gracie miró a Chico Rudo de arriba a abajo. “Sé bueno con la próxima niña”, dijo.

Si Bobbie, a los cuatro años de edad, hubiera sido paciente de trasplantes en esta misma cama (y gracias a Dios no lo había hecho), este es el tipo de cosas que podría haber dicho. Ese salto empático hacia considerar a la próxima chica que llegaría a esta habitación, que estaría sola en la vida hospitalaria. La próxima chica que estaría cabalgando junto a Chico Rudo durante meses. La empatía natural de Bobbie se había contagiado; este era, este es, su regalo de despedida.

-Heather Harpham

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