Aunque no lo sepas me encanta la enfermería. Me encanta poder ayudar a la gente a diario. Cuando decidí por primera vez que esto era lo que quería hacer con mi vida, recibí muchos comentarios distintos, pero uno de los más comunes fue: “¿Estás segura? ¿No es una profesión triste?” Este comentario se hizo cada vez más constante en las conversaciones una vez que comencé a decirle a la gente que quería ser enfermera pediátrica. “Es tan triste ver a esos niños tan enfermos”, era lo que escuchaba todo el tiempo de parte delas personas que no tenían idea de lo que era ser una enfermera pediátrica.
Sí, es triste Es terriblemente triste. Pero no puedo pensar de esa forma. Si fuera a trabajar todos los días pensando en lo triste que es que estos niños estén tan enfermos, no podría trabajar. Me ayuda ver mi trabajo y decir: “estos niños ESTÁN muy enfermos y muy tristes, así que hoy intentaré mejorarlos un poco más, y trataré de hacerlos sentir un poco más felices”… “Eso es lo que amo hacer. Me encanta hacer sonreír a esos niños. Son tan resistentes que, a pesar de estar enfermos, puedes alegrar su día. Los días particularmente duros son en los que tengo niños que se sienten tan mal que no puedo sacarles una sonrisa. Es allí cuando comienza a ponerse difícil.
Aún más difícil, y lo estoy aprendiendo, es cuando los niños están realmente enfermos y no podemos ayudarlos. Ese pequeño paciente cuya condición, enfermedad, dinámica familiar y equipo médico no están de acuerdo. Cuando la ética entra en juego. Cuando quieres poder hacer todo lo que puedes para salvar a alguien, pero legalmente no puedes hacer nada porque no te lo permiten. No sucede con frecuencia, pero hay ocasiones en que no estás de acuerdo con lo que está sucediendo, pero debes tomar en cuenta todos los aspectos y hacer lo que puedas para mejorar la vida de ese paciente en ese momento. Mantén a tus pacientes felices todo el tiempo que puedas, ayúdalos un poco más, y ora y espera que cuando hagas todo lo que puedas, sea suficiente para ese paciente.